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Precious Diseases

Donde el planeta desaparece para dejar espacio sólo a
representaciones de él mismo

Photo credits by Felipe Fontecilla

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Categoría:

Son muchas las razones por las que podemos encontrar especies vegetales dentro de un espacio arquitectónico y en casi todas ellas es evidente el deseo de la arquitectura de diferenciarse de la planta y reducirla, en el mejor de los casos, a la ornamentación contenida en un dispositivo autónomo llamado edificio.

Ocultar en el proceso todos los rastros de un origen común. La sala del museo es uno de esos lugares donde la arquitectura se esfuerza por ocultar su realidad natural para convertirse en una cortina que esconde tras ella todo lo que creemos conocer. Donde el planeta desaparece para hacer espacio sólo para representaciones de él.

De esta lectura podemos entender la incomodidad de encontrar un invernadero, lleno de plantas y con suelo de tierra, en el sótano de un edificio que encarna con orgullo esta falsa autonomía. Como las preciosas enfermedades que invaden con material vegetal, como un parásito, las inmaculadas protagonistas de la obra de Cecilia Avendaño que llenan la sala y que el pabellón se encarga de interpretar en un volumen habitable; la suciedad del sustrato, las huellas dejadas por un crecimiento lento pero incansable, movimiento imperceptible en busca de la poca luz que consigue colarse en el subsuelo, revela lo que esconde la sala del museo: la vida misma.

Precious Diseases Ivan Bravo

Precious Diseases Ivan Bravo

El invernadero asume su precariedad sin ninguna modestia. Está elaborado con el elemento constructivo más débil del mercado y evita cualquier tipo de elemento superfluo a su necesidad original de albergar y proteger las plantas. Tensar desde la expresión constructiva el alcance de una obra de arte. Con esta frugalidad, se levanta una gran cubierta con dos tercios de sí en voladizo y unifica su base, compuesta por tres volúmenes cuadrados que se superponen en línea y discurren a lo largo de su eje central. Sobre esta gran cubierta descansa una viga transversal, que soporta el peso de las 28 plantas de hormigón armado del edificio que se eleva por encima de ella.

Durante unos meses fue posible encontrar en el subsuelo de la capital, todo el peso del desarrollo moderno apoyado por un modesto y frágil invernadero lleno de plantas, como recordatorio de nuestro estado vegetal.

Precious Diseases Ivan Bravo

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Donde el planeta desaparece para dejar espacio sólo a
representaciones de él mismo

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Son muchas las razones por las que podemos encontrar especies vegetales dentro de un espacio arquitectónico y en casi todas ellas es evidente el deseo de la arquitectura de diferenciarse de la planta y reducirla, en el mejor de los casos, a la ornamentación contenida en un dispositivo autónomo llamado edificio.

Ocultar en el proceso todos los rastros de un origen común. La sala del museo es uno de esos lugares donde la arquitectura se esfuerza por ocultar su realidad natural para convertirse en una cortina que esconde tras ella todo lo que creemos conocer. Donde el planeta desaparece para hacer espacio sólo para representaciones de él.

De esta lectura podemos entender la incomodidad de encontrar un invernadero, lleno de plantas y con suelo de tierra, en el sótano de un edificio que encarna con orgullo esta falsa autonomía. Como las preciosas enfermedades que invaden con material vegetal, como un parásito, las inmaculadas protagonistas de la obra de Cecilia Avendaño que llenan la sala y que el pabellón se encarga de interpretar en un volumen habitable; la suciedad del sustrato, las huellas dejadas por un crecimiento lento pero incansable, movimiento imperceptible en busca de la poca luz que consigue colarse en el subsuelo, revela lo que esconde la sala del museo: la vida misma.

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El invernadero asume su precariedad sin ninguna modestia. Está elaborado con el elemento constructivo más débil del mercado y evita cualquier tipo de elemento superfluo a su necesidad original de albergar y proteger las plantas. Tensar desde la expresión constructiva el alcance de una obra de arte. Con esta frugalidad, se levanta una gran cubierta con dos tercios de sí en voladizo y unifica su base, compuesta por tres volúmenes cuadrados que se superponen en línea y discurren a lo largo de su eje central. Sobre esta gran cubierta descansa una viga transversal, que soporta el peso de las 28 plantas de hormigón armado del edificio que se eleva por encima de ella.

Durante unos meses fue posible encontrar en el subsuelo de la capital, todo el peso del desarrollo moderno apoyado por un modesto y frágil invernadero lleno de plantas, como recordatorio de nuestro estado vegetal.

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